¿Como conocer y atender las necesidades del estudiantado de la educación superior?

María Guadalupe Pérez Martínez*

 

En esta contribución se reflexiona sobre la importancia de responder a las necesidades de estudiantes de educación superior y vincular las prácticas de enseñanza con su contexto, como un medio para enfrentar los desafíos de permanencia y egreso de este nivel educativo.


La educación superior conlleva beneficios para quienes estudian. Quienes egresan de este nivel educativo pueden acceder a empleos que ofrecen mejores condiciones y salarios, y también les permite tomar mejores decisiones en cuanto al cuidado personal, del medio ambiente y otros asuntos públicos que comparten con las comunidades en las que habitan. Algunos de estos beneficios se ha encontrado que son mayores para las mujeres; una egresada de educación superior obtiene ingresos que superan un poco más de 50% al de sus pares que culminaron sólo el bachillerato, también se incrementa su probabilidad de ocupación laboral[1].

En la actualidad, el número de mujeres inscritas en educación superior supera a la de los hombres; del total de la matrícula en el ciclo 2022-2023, 53.5% correspondía a mujeres y 46.5% a hombres. Esto se reconoce como un logro, debido a que hasta antes del 2009 no se había alcanzado la paridad entre mujeres y hombres en educación superior. Sin embargo, el acceso a la educación superior es sólo el inicio de un proceso educativo, que puede verse truncado temporal o permanentemente por diferentes factores.

En México, se reportó una tasa global de abandono de estudios superiores durante el ciclo escolar 2022-2023 equivalente al 6.0%; esta cifra no está desagregada por género. En el abandono escolar influyen muchos factores, algunos son difíciles de moldear, como las condiciones socioeconómicas que enfrentan las y los estudiantes, pero en algunos podemos incidir desde la docencia, por ejemplo, asegurando que nuestra enseñanza responda a las necesidades de las y los estudiantes y que ésta se vincule con su contexto, es decir, que implementemos pedagogías que son culturalmente relevantes para el estudiantado.

Las pedagogías culturalmente relevantes integran el contexto del alumnado en los procesos de enseñanza y de aprendizaje. En estas prácticas, se establecen expectativas altas para cada persona que integra el grupo, y se construyen retomando sus bases académicas y conocimientos previos, con el propósito de crear ambientes de aprendizaje desafiantes, solidarios y colaborativos en los que se reconoce y valida el capital cultural de quienes integran el grupo[2]. Estas pedagogías representan un medio para promover la equidad e inclusión educativa.

La implementación de prácticas culturalmente relevantes implica conocer al estudiantado. Como docentes de educación superior, es común que lleguemos a nuestro primer día de clases desconociendo al grupo. Esto significa que previo a nuestro arribo a las aulas hemos tomado decisiones sobre lo que se aprenderá, cómo se promoverán los aprendizajes, y su evaluación, sin considerar las características específicas del grupo. Así, aunque todo el periodo académico puede aprovecharse para conocer al grupo, parece necesario que durante las primeras semanas de clase obtengamos información sobre el contexto de cada integrante del grupo y de las necesidades que presentan, para realizar adecuaciones en las decisiones que guiarán la enseñanza.

Con respecto al contexto, se puede recuperar información sobre: el lugar de origen; la residencia; y, en particular, el tiempo que les toma llegar al plantel universitario; las actividades adicionales que realizan, por ejemplo, trabajos remunerados o no remunerados (v.gr. labores domésticas, cuidado de familiares, entre otros) y el tiempo que dedican a realizarlos; y, sus pasatiempos. Obtener esta información conlleva múltiples beneficios, uno de ellos es que permite concebir de forma integral al alumnado, reconociendo que sus estudios universitarios corresponden únicamente a una de las dimensiones de su vida, y esto puede nutrir los acuerdos para la interacción en las aulas. Otro beneficio es incorporar sus experiencias, responsabilidades cotidianas y pasatiempos, en las actividades de enseñanza, por ejemplo, para diseñar problemas a resolver empleando los aprendizajes adquiridos en la materia. Además, compartir esta información con el grupo completo, permite que identifiquen lo que tienen en común, los desafíos que enfrentan, y la forma en que pueden apoyarse.

Con respecto a sus necesidades relacionadas con los procesos de enseñanza y de aprendizaje, se puede recabar información sobre las condiciones que facilitan y obstaculizan el desempeño como estudiante, tanto en actividades en el aula como fuera de ella; y, las experiencias que han tenido trabajando en pequeños grupos, en particular las características de los equipos de trabajo con los cuales han tenido resultados favorables y las de aquellos que derivaron en resultados desfavorables. Explorar estos temas, podría dar luz sobre las características del ambiente de aprendizaje que les favorece y que se podrían  tomar en cuenta en las  aulas. Por ejemplo, la organización del espacio, las condiciones auditivas, la gestión de interrupciones y la organización de los equipos para el trabajo colaborativo, entre otros aspectos. También podrían proveer información sobre actividades de enseñanza, recursos, y el tipo de interacciones que se consideran útiles para el aprendizaje entre docentes y estudiantes, y entre el estudiantado. Por ejemplo, el tipo de presentaciones que favorecen su concentración en el tema, materiales complementarios que fortalezcan el aprendizaje autónomo, el tipo de participación que desearían tener en las aulas, y la retroalimentación que esperan de estudiantes y docentes. Además, mediante esta información se podría  conocer el tipo de  decisiones que pueden tomar de forma personal con relación a su aprendizaje, por ejemplo, con respecto a la alimentación, descanso y hábitos de estudio dentro y fuera del aula; al explicitar estos ámbitos en los que pueden intervenir, se promueve la agencia del grupo con respecto a sus aprendizajes.

Para recuperar la información descrita se puede recurrir a diferentes recursos y actividades, tales como: entrevistas entre pares y solicitar que presenten sus conclusiones frente al grupo; llenado de formularios y análisis colectivo de los datos obtenidos; registro escrito o auditivo en bitácoras o diarios y puesta en común en el aula; representación gráfica de características de contexto y necesidades, y exposición en aula. En estas actividades, sería conveniente promover una concientización sobre las diferencias de género, las inequidades que representan en la vida cotidiana, y la manera en que  la comunidad de aula puede  contribuir a enfrentarlas.

La obtención de esta información, su análisis y las conclusiones que de ella se derive –sin duda muy útiles para nutrir las  decisiones de las y los  docentes– requiere de varias sesiones de clase. Ello puede generar inquietudes sobre su impacto en el curso, el avance del programa de la materia, e incluso sobre  la recepción de estas actividades por el grupo. Para enfrentar estas inquietudes, considero que es importante compartir con el alumnado el propósito que tiene la información y los beneficios que habrán de obtenerse, además de involucrarles en el tratamiento y análisis de la información, para promover su apropiación, reflexión, toma de decisiones y corresponsabilidad en su aplicación en los procesos de enseñanza y aprendizaje. Dependiendo de la materia que se imparta, se pueden relacionar estas actividades con los propósitos de aprendizaje establecidos. Y, será fundamental que, al implementar actividades y estrategias de enseñanza a lo largo del periodo académico, se explicite de qué manera se utilizó la información recolectada y analizada durante las primeras semanas de clase para conformarlas.

Responder a las necesidades del estudiantado es un proceso complejo que implica en primera instancia dedicar tiempo para conocerlas; la información que se recupere será fundamental para que nuestras prácticas sean culturalmente relevantes y contribuyan a generar ambientes de aprendizaje en los que ellos y ellas se sientan motivados a asistir, que fortalezcan sus disposiciones a aprender, y en los que se evidencie la relevancia de los aprendizajes para su vida personal y laboral. Esta aproximación puede contribuir a enfrentar el desafío de permanencia y egreso del estudiantado, pero, en especial, de las mujeres en la educación superior y con ello aprovechar los beneficios que generará para sí mismas y su comunidad.

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Referencias

Castro, M. (2022, agosto 17). El premio que reciben las mujeres por estudiar. La Lista. https://la-lista.com/opinion/2022/08/17/el-premio-que-reciben-las-mujeres-por-estudiar

Lee, K. A., Cosby, B. C., & deBaca, C. D. (2007). Cultural responsiveness. Indiana: Civil Rights Commission Education Steering Committee.

SEP. (2023). Principales Cifras del Sistema Educativo Nacional 2022-2023. https://www.planeacion.sep.gob.mx/Doc/estadistica_e_indicadores/principales_cifras/principales_cifras_2022_2023_bolsillo.pdf


[1] Castro, 2022.

[2] Lee et al., 2007.


*María Guadalupe Pérez Martínez

María Guadalupe Pérez es integrante de MUxED, es docente e investigadora del Departamento de Educación en la Universidad Autónoma de Aguascalientes, y forma parte del cuerpo académico “Competencias Intelectuales y Académicas Básicas”. Desarrolla proyectos de investigación e intervención sobre prácticas docentes, trabajo colaborativo, mejora escolar y evaluación educativa.




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