Educación, ciencia y cultura: ¿cuánto nos falta para una sociedad justa?
Patricia Ganem Alarcón*
A casi ocho décadas del nacimiento de la UNESCO, los indicadores muestran que el acceso a la ciencia, la cultura y la educación sigue siendo un privilegio desigual. La celebración del 4 de noviembre exige menos discursos y más acciones.
La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, UNESCO, nació en un contexto de reconstrucción tras la Segunda Guerra Mundial, con la firme intención de prevenir futuros conflictos mediante la promoción del conocimiento y el entendimiento mutuo. Esta efeméride, sin embargo, exige una mirada crítica: ¿qué tanto hemos logrado en términos reales? ¿No es momento de evaluar el impacto de las políticas públicas más allá del discurso institucional?[1].
La idea de establecer una fecha para recordarnos lo importante que es el trabajo en las sociedades sobre educación, ciencia y cultura obedece a poner juntas aquellas áreas que dotan a las personas de herramientas universales para enfrentar situaciones que la vida cotidiana, el ámbito laboral y profesional nos demandan permanentemente.
La educación permite el constante aprendizaje, la ciencia ayuda a tomar decisiones basadas en evidencia y la cultura nos recuerda el esfuerzo continuo de las generaciones que nos antecedieron.
Interdependencia entre los tres pilares
Aunque la interconexión entre educación, ciencia y cultura está ampliamente aceptada, los sistemas de gobernanza global y nacional siguen abordándolas como fenómenos independientes. La falta de un enfoque transversal impide respuestas integrales a problemas estructurales como la desigualdad, el analfabetismo funcional, la falta de inversión en investigación y la precariedad del acceso cultural a comunidades vulnerables[2].
La verdadera intersección debe generar una vinculación que permita abordarlas como actividades prácticas que se realizan dentro de la escuela, la familia y los espacios sociales.
Avances fragmentados en contextos de alta desigualdad
Si comparamos las condiciones en que estábamos durante y después de la segunda guerra mundial con las condiciones de la sociedad actual, no podríamos negar que hemos avanzado, pero considero que aún tenemos deudas muy evidentes.
Según los datos emitidos por Human Rights Watch (2025), 617 millones de personas carecen de habilidades básicas para la lecto-escritura, lo que cuestiona la eficacia de los sistemas educativos contemporáneos, y sobre todo se pone en tela de juicio la capacidad de los países para generar estrategias que doten a las infancias y a las juventudes de las herramientas básicas (leer con fluidez, comprender lo que se lee, identificar ideas principales en un texto, cuestionar los diversos tipos de información, producir un texto coherente, etc.).
Quiero insistir en que no se trata de adquirir información solamente, sino del desarrollo de habilidades superiores conectadas al proceso de aprendizaje de contenidos disciplinares, que nos acompañarán el resto de nuestra vida y que se convertirán en grandes herramientas para enfrentar retos cotidianos como saber identificar información incompleta, buscar información valiosa para tomar decisiones, contrastar datos y detectar inconsistencias, etc. En el ejercicio cotidiano de esas habilidades las y los estudiantes se convertirán en personas pensantes, que cuestionan y argumentan con base en evidencia y que participan de manera informada.
Human Rights Watch indica un aumento, en los dos últimos años, de 21 millones de niños y niñas fuera del sistema escolar en el mundo, el cual revela una crisis silenciosa pero con consecuencias profundas en la dinámica social.
Muchas son las causas del ausentismo, rezago o abandono escolar, pero una de ellas es que los aprendizajes generados en la escuela son más declarativos que procesuales, lo que ocasiona que el estudiantado asocie el aprendizaje con la retención inconexa y sin sentido, que se olvida con facilidad, lo que ocasiona desmotivación y desinterés por el trabajo académico.
Otro dato alarmante para México es que, en promedio, 130 partos mensuales sucedidos en 2024 fueron de niñas cuya edad oscilaba entre los 10 y los 13 años[3]. Esto refleja una falla grave del Estado para garantizar derechos básicos del estudiantado, como el acceso a una educación digna, la pertinencia a la edad y género y la posibilidad de aprender en condiciones adecuadas, sin ceder ante presiones sociales que llevan a adelantar la vida sexual o laboral o a abandonar la escuela.
En cuanto a ciencia se refiere, México invierte menos del 0.5% del PIB en investigación y desarrollo[4], lo que nos coloca por debajo de estándares mínimos para impulsar la innovación. Aunque la producción científica ha crecido[5], sigue concentrada en regiones específicas, limitando el acceso y la democratización del conocimiento.
Tan poca inversión precariza los servicios para enseñar ciencia en las escuelas: no hay laboratorios, insumos para la experimentación, computadoras actualizadas, internet, acceso a plataformas para investigar, entre otras carencias. Esto lleva a las escuelas a enseñar las ciencias sólo a partir de explicaciones y al uso de los limitados libros de texto.
En cuanto al acceso a la cultura, no difiere mucho de las otras áreas que conmemoramos este 4 de noviembre. Es ampliamente aceptado el valor de conocer la propia cultura y las expresiones de otros países, porque fortalecen la identidad y fomentan el respeto. Pero eso requiere museos accesibles, bibliotecas en las comunidades, familias que promuevan actividades culturales y escuelas que lo impulsen. Si observamos nuestro entorno, es claro que en este ámbito aún quedamos a deber.
Hacia una crítica constructiva: ¿cómo responder a estas omisiones?
Conmemorar el 4 de noviembre sin revisar críticamente nuestras políticas educativas, científicas y culturales es irresponsable. Las cifras no deben quedar relegadas a informes institucionales, sino convertirse en detonadores de diálogo público y exigencia ciudadana.
Hace falta un diálogo público que permita la participación de todas las personas preocupadas y ocupadas, una conversación fundada en evidencias y en datos que ayuden a mover las inercias que nos mantienen estáticos. Un diálogo que reconozca que los cambios son lentos y progresivos, que trascienda los gobiernos y se convierta en política de Estado de largo aliento. Solo así podrá generarse una exigencia ciudadana que ponga atención en los indicadores de avance sostenido en educación, ciencia y cultura: más años de escolaridad, más aprendizaje de calidad, más investigación y patentes, más mujeres en carreras STEAM, más varones en carreras orientadas al cuidado[6], más actividades artísticas y científicas en las escuelas, más visitas a museos y bibliotecas y mayor acceso a la cultura para todas y todos.
Las organizaciones civiles, la academia y las comunidades debemos poner más atención para que desde cada una de nuestras trincheras podamos festejar, cada 4 de noviembre, el avance de la educación, la ciencia y la cultura en nuestras comunidades.
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Referencias
COMECSO. (2019). Indicadores de la producción científica mexicana. https://www.comecso.com
El Universal. (2024). “Se registran en México 9 partos de niñas al día” https://www.eluniversal.com.mx/periodismo-de-investigacion/se-registran-en-mexico-9-partos-de-ninas-al-dia/
Human Rights Watch. (2025). Global Education Crisis: Millions of Children Out of School. https://www.hrw.org
INEGI. (2023). Investigación, desarrollo tecnológico e innovación. https://www.inegi.org.mx
UNESCO. (2021). Indicadores Temáticos para la Cultura en la Agenda 2030. https://www.unesco.org
UNESCO. (2023). Día Mundial de la UNESCO: Promoviendo la educación, la ciencia y la cultura para la paz mundial. https://www.debate.com.mx
UNESCO. (2024). Resumen ejecutivo: Conferencia de Datos y Estadísticas de Educación. https://ces.uis.unesco.org
*Patricia Ganem Alarcón
Integrante de MUxED, docente con más de 40 años de experiencia en educación, conferencista y formadora de maestros. En la SEP ocupó cargos en la Secretaría Técnica del CONAPASE y en la Dirección General para la Interlocución con Docentes. Fundadora y Directora General de Grupo Loga, e integrante de diversas redes y consejos educativos nacionales. Cuenta con dos Doctorados Honoris Causa. En sus propias palabras, haber dado clase y educar a su hijo han sido las experiencias que le han hecho mejor profesionista y mejor persona.