En la recta final del ciclo escolar, ¿qué necesitan las y los estudiantes del cuerpo docente?

Ana Cecilia Cárdenas*

 

Al cierre del ciclo escolar, las y los estudiantes necesitan sentirse valorados, reconocidos y acompañados emocionalmente. Dos acciones clave que las y los docentes podemos implementar son: a) Reconocerles y comunicarles sus fortalezas y logros, robusteciendo su autoestima y autoeficacia; b) Mantener rutinas: conservar hábitos y estructura brinda seguridad y sentido de cierre, ayudando a desarrollar habilidades como la organización y el autocontrol. Más allá de las calificaciones, el estudiantado necesita sentirse capaz y valioso. Como docentes podemos marcar una diferencia significativa al reforzar la autoeficacia y bienestar de niñas, niños y jóvenes.


El término del ciclo escolar puede significar muchas cosas complejas y emotivas tanto para las y los maestros como para el estudiantado. Tienen el reto de terminar de cubrir un programa académico, evaluar, calificar… hasta organizar festivales, convivencias, despedidas, entre otras tantas demandas institucionales internas y externas.

Como docente, ¿qué puedo hacer diferente este ciclo para dejar una huella significativa en el estudiantado a mi cargo? ¿De qué manera puedo incluir en mi agenda algunos elementos que fortalezcan su bienestar socioemocional y cognitivo ? ¿De qué manera puedo fortalecer su autoeficacia y ayudarles a tomar conciencia de su potencial? 

Para responder algunas de las preguntas anteriores vale la pena recordar lo que Alfred Adler enfatiza al proponer que “todo niño busca pertenecer, sentirse valioso y reconocido dentro de su comunidad”.  A continuación comparto dos acciones clave que pueden marcar una diferencia profunda en esta etapa de cierre:

  1. Identificar lo positivo y comunicarlo:

Al final del ciclo es común que el o la docente, con la responsabilidad de entregar el mejor producto terminado, incline la balanza hacia una visión negativa de las y los estudiantes a su cargo. A esto se le llama sesgo de negatividad, ya que es una tendencia natural del cerebro humano a prestar más atención, dar más peso y recordar con mayor intensidad las experiencias negativas que las positivas. En el contexto educativo, por ejemplo, este sesgo puede llevar a docentes, madres y padres a enfocarse más en lo que la niña o el niño “no hace bien” o “le falta”, en lugar de reconocer y reforzar en todo lo que ha madurado y aprendido a lo largo del ciclo. Cambiar el sesgo de negatividad implica un esfuerzo consciente por equilibrar el enfoque, dar espacio al reconocimiento positivo y fomentar una retroalimentación que motive y fomente la autoconfianza. 

A veces, se nos olvida que –como docentes– tenemos una varita mágica que se llama “identificar y compartir las buenas noticias”...¿A qué me refiero con esto? A no quedarnos con el secreto mejor guardado de todo lo positivo que vimos en todas y cada uno de los estudiantes a lo largo del ciclo escolar;  y, por ende, hacer un esfuerzo intencional para compartirlo.  A continuación enlisto algunas preguntas que te pueden ayudar a facilitar este proceso: 

a) ¿Cuáles son las fortalezas de carácter –que observaste en cada estudiante– para resolver retos, cumplir sus metas o tener relaciones interpersonales más positivas?

 b) En el marco de la teoría de inteligencias múltiples de H. Gardner, ¿de qué manera fueron inteligentes todas y cada uno de los estudiantes a tu cargo? ¿Cuáles son las inteligencias que más desarrollaron para aprender mejor?

c) ¿De qué manera cada estudiante puede crecer en autoeficacia fortaleciendo su creencia personal en relación a “para qué es buena o bueno” “qué sabe hacer muy bien” y  “qué aporta a su comunidad de aprendizaje”?

Según Albert Bandura, la autoeficacia –es decir, la creencia de una persona en su capacidad para alcanzar metas o enfrentar desafíos– es uno de los factores más determinantes en la motivación, el aprendizaje y el rendimiento escolar. Cuando una persona cree en su capacidad, se esfuerza más, muestra mayor resiliencia y persevera ante las dificultades, recuperándose de los fracasos con una actitud proactiva. Bandura señala que esta creencia no es fija: se construye a partir de la experiencia directa, los modelos que observa y la retroalimentación que recibe de sus docentes y del entorno. En nuestro rol docente podemos influir directamente en la autoeficacia de las y los estudiantes a nuestro cargo retroalimentando positivamente lo que vemos en ellas y ellos. Ejemplos de esta retroalimentación podría ser:

  • “Noté que este año lograste organizar y planear mejor tu trabajo diario dentro del salón de clases”,

  • “Percibo que tienes una capacidad especial para conectar con tus compañeras y compañeros y para hacerles sentir bien, con comentarios positivos”,

  • “Veo que te concentras muy bien cuando dibujas. Me doy cuenta de que lo disfrutas mucho”,

  • “ Veo que tus compañeros te estiman porque te preocupas genuinamente por ellos. Tu empatía te permite relacionarte positivamente con los demás.”,

  • “La constancia que demuestras al practicar y dominar las operaciones matemáticas demuestra que confías en ti”,

En este fin de ciclo como docentes podemos hacer una diferencia en el estudiantado a nuestro cargo al comunicarle todo lo positivo que vemos en ellas y ellos y también compartiendo estas buenas noticias con sus madres y padres. La autoeficacia se construye tanto a nivel cognitivo como social. Cuando docentes y familias reconocen las fortalezas del estudiante de manera coherente, se refuerza su confianza interna. Este refuerzo positivo, tanto en casa como en la escuela, fortalece su creencia de que es capaz y valiosa. Estamos acostumbradas a llamar a madres, padres y tutores a una junta para comunicarles las limitaciones, errores, y fallas de sus hijas e hijos; por lo que tener “junta en la escuela” es sinónimo de malas noticias. Cambiemos este enfoque y procuremos organizar “juntas para comunicar buenas noticias”.

2. Reforzar  las rutinas y los buenos hábitos, incluso en la recta final

Al término del año y cuando las vacaciones están cada vez más cerca es común que niñas, niños y adolescentes empiecen a aflojar sus hábitos académicos: bajan el ritmo, se dispersan, y enfocan su atención en múltiples estímulos. Pero, justamente por eso, este es un momento clave para mantener ciertas rutinas que les den estructura, dirección y sentido de cierre.

Sabemos que las funciones ejecutivas –esas habilidades mentales que usamos para planear, tomar decisiones, organizar el tiempo y controlar impulsos– no se desarrollan de un día para otro. Se fortalecen a través de la práctica, y las rutinas diarias son el mejor gimnasio para entrenarlas.

La psicóloga Tori Cordiano, experta en funciones ejecutivas, señala que  reforzar rutinas claras, especialmente en tiempos de transición, ayuda a niñas y niños a sentirse más seguros y con mayor control sobre su entorno. Cuando saben qué se espera de ellas y ellos y tienen un marco estable para organizar sus tareas, canalizan mejor su energía, se sienten más enfocados y menos ansiosos, y desarrollan un sentido interno de orden que impacta directamente en su bienestar emocional.

Además, no solo estamos hablando de beneficios cognitivos. Las rutinas también cumplen una función emocional muy importante: dan seguridad. En una etapa del año donde todo empieza a “cerrarse” (clases, proyectos, vínculos con el grupo), tener una rutina predecible les da la tranquilidad de saber que todavía hay metas importantes por cumplir y que ellos son capaces de lograrlas con éxito.

Cuando un o una estudiante logra organizarse y cumplir con un objetivo en estos días, no solo termina el ciclo con un aprendizaje significativo sino con una sensación interna de logro y competencia. Esto impacta directamente en su autoeficacia, ya que identifica: “Soy capaz, puedo lograrlo, estoy lista para lo que viene.”

Como docentes, podemos facilitar este proceso acompañando al estudiantado a nuestro cargo con acciones concretas consistentes tales como:

  • Enfatizar horarios estables,

  • Proponer metas semanales,

  • Apoyar a estudiantes específicos para organizar tareas pendientes,

  • o simplemente, reforzar mensajes como “aún seguimos aprendiendo” y “estamos en la recta final y aprender esto también es importante”, “así como Roma no se construyó en un día, terminar el ciclo tampoco. Vamos terminando tareas día a día una a la vez”.

No bajemos la guardia en la recta final.  El estudiantado necesita más estructura que nunca. Cuidemos los distractores y enfoquemos la atención en lo esencial que deben aprender. Cada hábito que reforzamos, cada rutina que cuidamos, cada mensaje claro que damos, es una forma de enseñarles algo esencial: que ellas y ellos pueden cerrar lo que empiezan, que tienen los recursos para lograrlo, y que el aprendizaje no se detiene porque el calendario diga “fin de curso”. Como docentes podemos ser ese ancla que les da estabilidad, confianza y dirección. Y eso, sin duda, es un gran regalo para llevarse en la mochila de aprendizajes para toda la vida.

En conclusión, más allá de las calificaciones y los logros académicos, al cierre del ciclo escolar todos y cada una de los estudiantes necesitan sentirse reconocidos, integrados y apoyados en su desarrollo emocional y académico. Como docentes incluyamos en nuestra agenda la  premisa de Adler —“todo niño busca pertenecer y sentirse valioso”—, y hagamos una diferencia significativa al comunicar estima, logros y reforzar rutinas cotidianas. Estas acciones fortalecen la autoeficacia, la confianza y la empatía, sembrando las bases para el bienestar emocional y académico a largo plazo.

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Bibliografía

Adler, A. (1924). The practice and theory of individual psychology. (P. Radin, Trad.). Harcourt Brace.

Bandura, A. (1997). Self-efficacy: The exercise of control. W.H. Freeman and Company.

Gardner, Howard. (2006) Multiple Intelligences: New Horizons in Theory and Practice. Basic Books.

Stevens, G. (2018). Positive Mindset Habits for Teachers: 10 Steps to Reduce Stress, Increase Student Engagement and Reignite Your Passion for Teaching. Red Lotus Books.


*Ana Cecilia Cárdenas

Pluma invitada. Psicóloga egresada de la Universidad de Harvard, especialista en el desarrollo socioemocional y cognitivo. Consultora educativa y profesora de la Universidad de Monterrey (UDEM).




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